Sentada, balanceándome en el columpio- sofá a la única hora en que encuentro agradable el tortuoso verano, con una copa de un vivaz Shiraz, rozando los pies en el césped, no hay sensación más placentera que esta. Sin embargo, cuando descansa el cuerpo, la mente tiende a trabajar demás (por lo menos la mía) y vienen los balances, los proyectos y me doy cuenta de que no supe cuando empezó el año, que estoy cansada, agobiada, que me hacía falta estar conmigo.
Todo el mundo aprovecha el fin del ciclo de la Tierra y se lanza en un nuevo inicio a la par con su traslación, haciendo promesas de hacer las cosas mejor. Yo, simplemente me propongo disfrutar. Disfrutar momentos conmigo y no sufrir por no compartirlos con nadie. Disfrutar que me amen un par de días y no lamentar que no fuera por la eternidad. Simplemente disfrutar la vida y vivirla.
Si, a pesar de que en el camino pude haber herido, sin la intención de hacerlo, a algunas personas, y que de verdad lamento que las cosas para ellos salieran de ese modo, de que ciertas situaciones no fueron como hubiera querido que fueran, tengo la certeza de que fue un gran año.
Fui besada como si solo existiéramos nosotros, ame y fui amada, vi a mi hija aprender y crecer y sonreír y decir que yo era la mejor con un gesto tan simple como un brillo de labios. Y me reí, me reí montones y he sido mil veces feliz en un año que tiene solo 365 días.
De los momentos que lloré, de los que me sentí sola, de los que sentí rabia, de los que alguien lloró por mi causa, de esos momentos aprendí, pero con el resto voy a vivir el siguiente tramo.